Mil maneras de viajar desde casa
Yo recuerdo de chico en mi ciudad natal: Úbeda que me iba por los Cerros. Viajaba simplemente viendo artesanales mapas, viejas enciclopedias y geografías que me proporcionaba mi abuelo mientras en la tierra del “ronquío” se hacía la siesta o bien en aquellas largas tardes de invierno, al calor del brasero. Viajaba al Sikkim que era simplemente una cabeza de alfiler de color naranja en el Himalaya, entre China y India y que al final el último país se engulló.
Más tarde y siempre desde el ensimismamiento del estar en el armario me dio por el coleccionismo: sellos, monedas y billetes me hacen viajar y conocer la simbología y personajes de lejanos y exóticos territorios. Los billetes se obligan a sintetizar en un anverso y reverso los símbolos nacionales de esos estados la mayoría artificiales, al servicio de una organización inservible llamada ONU. Los sellos por su parte en un pequeño espacio de papel explicaban mil cosas y eran fuente de conocimiento: paisajes y monumentos, personajes, efemérides, flora y fauna… Quizá en los sellos aprendí que en lo más pequeño y sencillo estaba la esencia de las cosas, quizá fue allí donde aprendí mi pasión por los microestados. Esos territorios que por ser islas o por ser reliquias históricas han pervivido en el tiempo con una cierta independencia. De ahí que mis colecciones de Liechtenstein, Andorra, Mónaco o San Marino… , Naurú, Belau o Tokelau sean de las más completas.
También me embelesaba escuchando relatos y la radio internacional. No sólo de las narraciones que había aprendido de un primo que viajaba de cocinero por el mundo en un mercante. En las largas noches de pubertad me daba por escuchar radios que emitían en lengua castellana o alguna lengua latina (ya se adivinaba que el inglés y las lenguas en general serían mi calvario y handicap a la hora de viajar)…
Algunos momentos de radioescucha me permitieron incluso contactar directamente, e ir posteriormente, a lugares como ese nombre que me sonaba tan mal y que me aplicaba a mi libertad que era tiranía, mejor dicho Radio Tirana Internacional.
Las revistas de viaje y como no los cómics de Obélix y Astérix y sobretodo el Corto Maltés también contribuían a que viajase mentalmente… Quizá el Corto Maltés sería mi primer enamoramiento virtual y esta vez no de un hombre bello si no de un personaje de ficción que mezclaba un sentimiento que yo heredaría a futuro: seducción y libertad. Ese personaje que no se ligaba a nadie ni a ninguna tierra que revivía la historia y la geografía siempre con una uniformada pose pero sobretodo actitud seductora.
La Universidad supuso un reto prohibido por familia y conocidos, un reto mayor será estudiar la denostada geografía. Una carrera sin salida y condenada al oscurantismo por el poder económico y mediático… Para poder hacerlo obtuve una beca para la cartoteca del departamento de la UAB. Pau Alegre que de alegre bien poco me hacía mover mapas, clasificarlos,… y como no observarlos e interpretarlos de ahí parte de mi amor por los atlas y los mapas. El buen mapa es para mí el elemento clave del viaje pues permite sintetizar en el papel mucha información , alguna estratégica para el conocimiento.
Dicen y describen tanto que hacen viajar en cualquier momento pero sobretodo si los alumbras con una vela o un candil así en esa penumbra puedes escalar el Himalaya y llegar a reinos remotos como Mustang.
La vexiología y el significado de las banderas también me supone viajar a otros países a través de la combinación de sus colores, el significado de sus símbolos.
El cine también me transportaba a lugares de pandemia como esa película que tanto me marcó y me sacó desesperadamente del armario en la búsqueda repentina de la belleza: “Muerte en Venecia”.
Pero luego otros films fueron la iniciación para poder comprender temas tan duros como la muerte y la violencia: La Vírgen de los sicarios significó mucho para visitar uno de mis primeros destinos en América: El Salvador y Colombia. Pero fue costumbre indagar en películas para luego (o incluso después) visitar destinos. Cuanto viajaría con películas más románticas como Memorias de África, Cómo agua para el chocolate, Los puentes de Madison o Guantanamera que me inspiraría atravesar esa sensual Cuba en varias ocasiones con Sergi uno de mis favoritos compañeros de viaje.
La música que escapaba a la globalización también me trasladaba recluido en casa a esos destinos: el reggae me llevaba a las Granadinas y a la racista Jamaica, la salsa y el danzón a mi Cuba querida, el sonido de la marimba me transportaba a Nicaragua, las baladas musicales y el pop a las isla Feroe… Pero también las sensuales músicas polonesias o sentidos cánticos polifónicos del Cáucaso me trasladan a esos míticos lugares. Pero también músicas ambientales como Enigma e incluso Depeche Mode.
La gastronomía que huía del aceite de oliva y el frito también me hace viajar …Porque la cocina elaborada con tiempo y amor transmitía sabor profundo de aquellas tierras lejanas y no tan lejanas. Los nuevos productos, condimentos, su sabor transportan como los vinos y licores a la esencia de la tierra.
Las artesanías y recuerdos como los sombreros de mi colección ya salieron en el armario y lucen por toda la casa creando un cierto estrés visual y también me hacen viajar: son un símbolo de elegancia, distinción, patria y nacionalidad. Sin ir al lugar me cubro con el sombrero de Lesotho y llego a la misma intimidad de aquellos doblegados guerreros del cono sur africano. Aquellos platos de cerámica cocida al estilo maya me recuerdan a los lencas hoy maltratados hondureños, el té sabe mejor en esos vasos policromados de Tunicia y la delicada Sidi Bou Said…
Y en el pequeño jardín de la soleada terraza siempre lleno de plantas: hay aroma a “yerbabuena” que me traslada al norte de Marruecos y en un rincón un árbol del viajero que traje de Panamá hace sombra a esa palmera cómo no transportada de la Isla Bonita.
Ahora en esa libertad privada, en esta primavera robada por un sistema injusto, en estos tiempos de incertidumbre leo artículos de una geografía universal escrita hace más de 25 años cuando colaboraba como geógrafo y donde hablaba de pequeños países perdidos y naciones no reconocidas. Me doy cuenta que escribo peor y he perdido conocimiento estúpidamente ensimismado como un robot en las nuevas tecnologías. Esa lectura de artículos geográficos también me hacen viajar a los más remotos rincones del Planeta. Y qué decir cuando edito fotos de mis reportajes: se trata de mi pasión y obsesión de recuadrar la belleza. Eso me hace recordar que estoy cada vez más loco y por eso si me toca la penitencia de estar en un nicho a mi gusto (casa) puedo viajar cuando quiero aunque sea soñando.